Cuando llegué a Ceuta, no tenía ni idea de la extensión de la ciudad y no esperaba que el territorio tuviera tanto territorio verde. Aprovechando el buen tiempo, el domingo decidí conocer un poco más en profundidad mi nuevo hogar y recorrí el sendero que une algunos de los fuertes neomedievales de la ciudad. Documentándome un poco, aprendí que están en la Sierra Bullones desde finales del siglo XIX, cuando se construyeron para vigilar la frontera establecida con Marruecos en el tratado de Wad Ras.
El recorrido empezó en el barrio de Los Rosales, desde donde llegué al fortín de Piniés, en el que todavía se puede leer el nombre sobre la puerta, y al fortín de San Francisco de Asís, con el exterior restaurado y el suelo alicatado. De camino al fuerte de Isabel II tuve una agradable sorpresa al reconocer en el suelo las flores que mi abuelo llamaba «quitameriendas», que se llaman así porque florecen cuando los días empiezan a acortarse y desaparece una de las comidas más divertidas del día.
En los fuertes de Anyera y Aranguren se puede acceder al interior y, según el grado de temeridad de cada uno, subir a lo más alto para admirar las vistas desde allí. En un día claro se puede ver Tarifa al otro lado del Estrecho y luego seguir hasta donde se encontraba el fortín de Benzú. Hoy en día la explotación de la cantera y el perfil de la Mujer muerta es el paisaje que se aprecia al terminar el sendero. Para recuperar fuerzas, un té verde y unas pastas de cacahuete en Benzú hacen maravillas.